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IX—LA TORRE DE LOS TITANES

Ya se somormujan en la hinchada marea, ya remanecen en baquica retahila; y, ora avanzando, ora en retroceso, ora á tumbos, se enmarañan con fieras, armas y troncos en ovillo colosal.


Como las olas del Mar Rojo hacinadas sobre Moisés á modo de muro, reventando á la terrífica voz del trueno, resbalaron en desorden hasta el profundo, sirviendo de fosa al río de lanzas y al ejército de los Faraones;


así corceles, carros, ballestas y coronas rodaron vortiginosos con polvo y espumas; todos pedían socorro, y entre el oleaje los negros cetáceos respondían:—Hénos aquí.—


Si, cual lodosos Tritones, consiguen sacar la cabeza, atisban, cegajosos, si divisan al héroe; y, al no verle, imaginan que yace en lo más hondo, y, con tal que muera, ya no les apena perder la vida.


Su ciudad, á manera de antorcha, flamea más y más; semeja una madre condenada á alumbrar con su esqueleto de torres, que el abismo engulle, á sus hijos, que trasminan también como condenados.