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VII—CORO DE ISLAS GRIEGAS

les y bajo arcadas de hiedra, adurmiéronse, cual desfallecidas zagalas rendidas por amoroso sueño.


Deshojáronse las madreselvas, el espliego y las amapolas, del agua al escarceo: y tan sólo las estrellas, vestidas de azul y de nuevos resplandores, iban alli á mecerse en las serenas noches del estío.


Hoy venía espejarse juntamente con ellas su pálida reina, cuando, abriéndose las mugidoras olas ancha salida por entre las plantas del Olimpo y del Osa, restitúyense al lecho de su primitiva corriente; y yo, como mi Abril florido, volví á daralbergue á la gaya primavera.


Venid, venid, oh vírgenes tesalienses, como al melifluo panal las místicas abejas; dejad por mis cristalinos manantiales las fuentes de Castalia, ¡oh, Piérides! y, evocando las dulces cantinelas que dormitan en la lira, decidme:—¿quién recoge, de mi cielo cortina, el azul cobertor que abrigo me daba en mi umbroso lecho? ¿quién