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VI—HESPERIS

Todo es para ella caos de repugnantes e informes espectros; lo son los zócalos y los capiteles que ruedan confundidos; aire de sus deformes alas son las ráfagas; su lengua, el fuego del cielo; el trueno, su bramido.


Fantasmas son, que extienden sus atezados huesosos brazos, los abedules que la azotan, flotando con la raíz en alto; ballenas son los peñascos; y las montañas, gigantes que, con toca de nubes, se tropiezan.


Medroso resplandor inunda de improviso los espacios; bien lo adivina, el rayo de encender acaba la atlántica ciudad; la llama que la circunda, á modo de orla infernal, responde á las nubes y á los mares con aún más atronador rugido.


Vergeles, palacios y viviendas, bocas son de Vesubio con que se bate la marejada, absorbiéndolos laja á laja; y al adevertirlo sus hijos, que con el diluvio luchan,-¡Bien ha tardado-, exclaman-, en dar lumbre nuestro hogar!—.


En copioso chorro siente Alcides llover, más cerca ya, guijarros que servir pudieran de ruedas de molino; rumor de olas y de espumas á sus espaldas, y que, para agarrársele, alargan unos brazos de rastrillo.