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VI—HESPERIS

Y con ciclópea mano las sobreponen á rocas más enormes en muros de cinco brazas de espesor, que más y más se eleva; y nuevas rocas, que á las fieras asubian en tempestuosa noche, arrebatadas cual vellones, van encima.


Para coronarlo con bóveda indestructible, cien espaldas se doblan formando arco toral y bloque á bloque asientan sobre él la terrible escollera, sin que ni un punto bamboleen las cariátides de carne.


Cuando, á medio de cerrar el edificio, burlábanse de la creciente, ven cuesta abajo, de espumas y maleza en la riolada, al fulgor de resinosa tea, huir al héroe, mas ¡ay! llevando en hombros á Hesperis, su hermosa madre.


Lánzanle las férreas alzaprimas y los peñascos; y en pos de las lajas de sierra, que arrojan, descienden como á la mar los ríos, apoyando sus brazos en los plátanos sin ramas que les sirvieran de espeques.


Y, á cada tranco, dejan atrás sierras y mares; trasponen desfiladeros, cuencas, torrentes y quebradas; al restituirse á los suyos, no ve la grulla en su vuelo pasar más deprisa montes y valles.