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VI—HESPERIS

Á los ojos en que solía mirarme, ¿saltar debí áspera y fogosa como arista de trigo? ¿de los vuestros llamar ¡oh Dios! el rayo sobre su cabeza? ¡Perdón! madre suya era y mi corazón no fué poderoso á tanto.


La alas de mi espíritu cayéndose al golpe, ni palabra añadí; y, acudiendo las lágrimas á mis ojos, de la tumba de mi idolatrado vine á regar la arena, y aquí finirá mi vida, si en tu seno me acoges.


Tú, que sepultas mi patria, no me pierdas con ella; apiádate de esta madre, y llévala contigo; libra la más preciada de mis joyas; salva mi pureza, ó estruja mi corazón indefenso.


Sálvala: por los niños te lo ruego que de padre te dan nombre: yo los meceré en mis brazos; yo los criaré á mis pechos; considera que es ¡ay! muy crudo para un corazón maternal amamantar la prole del que aniquiló á los suyos.


Mas... no; contigo no me lleves: de Atlas esposa soy, y otro hombre no ha de poner sus manos en mí, ni aun para librarme del sepulcro; cávame uno y entiérrame con un peñasco por losa, que los hijos de is entrañas no puedan remover.—