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VI —HESPERIS

Y temerosamente les dice que suban al monte, y que sin tardanza, pues ya llega el segundo diluvio, para guarecerse levanten en su cumbre una cabaña, desde donde puedan, á pie enjuto, mirar como se extiende.


—¿Iréis vos?—preguntan; y, con temblón acento, —iré,—respóndeles,—cuando suba la marea;—mas señálanle sus hijos un picacho, y ella sueña en colinas y en llanuras más lejanas.


Y, por la cuesta trepando, hacinan inertes bloques, azadones y cuñas para hender la asoleada roca; y, á fin de que les sirvan de jácenas, jabalones y sopandas, hacen, al paso, acopio de árboles del oquedal.


Al ver que, desalados, se encaraman de peña en peña, recuerda Hesperis la hora en que hermosos los dió al mundo; levanta y agita los brazos en el aire; y se entreabren sus labios para gritar:—Volved; os engañé.—


Reflexiona empero, y temiendo que, si es avara de aquella vida le quiten la más valiosa de sus joyas, dejando que á rienda suelta corran á la fosa, contiene el mar de lágrimas en que prorrumpe su corazón.