Parece que, al despeñarse el mar de sierra en sierra, ruede con truenos, huracanes y rayos, buscando dentro del abismo los huesos de la tierra, para dárselos á descarnar á esas águilas del cielo.
Y, desparramándose por las hespéridas planicies, á la vez desprende, abarranca y recubre; córrense las cordilleras, cediendo y desplomándose; y las torres, que á los cielos llegaban, muerden el polvo.
Yérguense los yermos y las márgenes, después que el mar ha destrozado sus bosques y sus ciudades; por la falda del cerro rueda la cumbre, y sobre el oro de los sembrados se mece el espíritu de las aguas.
Truncados ídolos y arquivoltas de su templo circulan con la florecilla que perfumara sus pies; los áureos vasos y los cetros se esconden entre las hojas, al ver que de tal manera perecen sacerdotes y deidades.
Cabalga el pez en la nube, el topo del águila en el nido, vuelve la nave sus árboles á las cumbres en que pimpollecieron, revuélcase la rémora en el lecho del gamo, y curiosea el de Hesperis el sapo marino.