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XIII
Prologo

¡cuán terrífico el Pirineo en llamas, pero cuán tentadoras y hermosas las olas de plata y oro que rodaron de sus fundidas entrañas! ¡cuán grande Hércules alargando con el sepulcro de Pirene la cordillera á que dió nombre, batiendo con su clava á los gigantes de la Crau en la Provenza, aniquilando á Gerión y al líbico Anteo, amilanando á las Arpías y á las Gorgonas y, en su postrer trabajo, abriendo la montaña de Calpe, dique del Mediterráneo, y soltándolo como un río en la vecina Atlántida, puente levadizo, roto por Dios para, en época de corrupción, incomunicar los mundos, vueltos á unir en el más hermoso de los modernos siglos por los titánicos brazos de Colón!

 Colón derribando las columnas del Non plus ultra y rasgando el velo de la Mar tenebrosa, parecióme el más gentil coronamiento del poema que, con valor excesivo, osé emprender, comenzando á escribir sus cantos primeros.

 Veces cien intenté retroceder, como el que penetra en antro pavoroso de no sondeados abismos; veces cien, desfallecido, dejé rodar por la pendiente al mundo de mis pobres inspiraciones, y otras tantas, como Sísifo, remonté á la empinada cumbre la abrumadora carga, ta poco adecuada á mis hombros de poeta. En tan horrenda lucha, en que vencido ó vencedor siempre me alcanzaban los chispazos, oblígome una dolencia á dejar los dulces aires de la patria por las olas de los mares, no tan amargas para mí desde que mecían mis fragantes ensueños, y á ellas me sentía llamado con música y cánticos por hermosas visiones juveniles. Ora halagüeñas, ora aterradoras, cruzaron ante mis deslumbrados ojos, y, caídas las barreras de mis añoradas monta-