Ronco fragor de truenos que desciende, detiene en su caída riscos y mares; y en el cielo, que forma tornavoz, astros y mundos, temerosos de morir, parece que se paran á escuchar la nueva, altísima palabra del gran Dios.
—Al dar la tierra por corazón á enjambres de mundos, «cobijadla,» les dije; «sed su fúlgida corona, y con cánticos, oh serafines, arrulladla en vuestros brazos, que es el hombre que á nacer va en ella, el amor de mis amores.»
Para él de la vasta cúpula del firmamento suspendíla; rubios querubines le di por custodios; por lámpara el sol; y él contra mí levanta ahora, para erigirse en su Dios de barro, el universo que, en hora menguada, puse á sus plantas.
¡Él contra mí! el que yo más amaba de todos los seres, aquél en cuya mente gozaba en mirarme, como place á los astros reflejarse en los cerúleos mares, y á un rey contemplar su noble apostura en los ojos de un hijo.
¡Oh! cada sol, cada astro del cielo siendo una lira que en mundos más dilatados y hermosos me canta sus amores, ¡que así la sombría tierra, que apenas se divisa, que esa mancha diminuta me haya robado el corazón!