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IV — Gibraltar Abierto

Pasmados dan los hombres en tierra; desvencíjanse los montes; con enorme resuello espera el mundo algo terrorífico, y, aportillándose á los golpes, muestra la sierra sus entrañas al sol, que entre nieblas para siempre se le oculta.


Cobra aliento, y dirige á la brumazón la tajante ferrada para el huerto de las delicias convertir en campo de matanza: cuando, como bandada de tiernas y misticas palomas, rodéanle amorosos los recuerdos de Hesperis.


Condolido de la hermosa reina de sus amores, pretende desviar la maza, que encandece los aires al caer; mas ésta, pertinaz, se atierra, y el dique, cual férrea puerta, se abre de par en par á los mares.


Despéñase entre golpes de agua la desgajada serranía, y al estentóreo traquido resquebrájase la temblorosa Atlántida; los astros desde lo alto atisban si estalla en rayos la tierra; la tierra, si con sus luminares el firmamento se le viene encima.


Atónito el héroe lo reputa desvarío, cuando á sus espaldas divisa un Genio agigantado, que nunca mentaron ni la helénica lira, al santuario profana, ni, voz del cielo, la Sibila de Delfos.