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IV — Gibraltar Abierto

Aquel muro, ó rimero de riscos, era Calpe; no fueran los Pirineos más ásperos ni más colosales si, de España enamorados, viniesen los Alpes á asentarse sobre ellos, atraídos, cual las abejas, por lo gayo de sus flores.


Mas escrito está: alzaráse una noche la compuerta de los mares tan sólo á lavar un crimen de la Atlántida; y, para colgar su nido de un alero, no hallará la golondrina, al siguiente día, tierra bastante en toda ella.


Sus picachos, que rotos caerán cual arboladura de náufrago navío, tiemblan al ocaso de cada sol; y hoy, cual si cumplirse debiera un vaticinio funesto, propagan á las llanuras su retemblor intenso.


Sólo tú duermes embriagada, oh reina de Occidente; ¿no te sientes deshecha en pedazos que ya el abismo paladea? ¿no ves desenvainarse en los cielos una espada de fuego? Cae de hinojos y ruega; mas ¡ay! es tarde ya.


Que del suplicio ha sonado la terrible hora; ya centellea la clava descendiendo á la rocosa frente del Calpe, cual sanguinoso cometa que se arrastra por los cielos, derramando sequías, pestes, lágrimas, luto y desolación.