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III — Los Atlantes

Marchítanse las flores á medio abrir; antes del caer de las hojas, peregrinando, laméntanse las aves, como huyendo inmerecido castigo, y al verlo, quien seguirlas no puede, rompe á llorar.


Solo junto á la corneja muéstrase alegre el buho: cuentan que los ríos lanzan atrás su corriente, y que un infante, al ver de este día la luz en nuestro suelo, ha retrocedido al vientre, chillando de pavura.


Y ¿qué nos toca á nosotros? ¿seguir la corriente, ó contra el hado empujar la barca á vela y remo? ¿mofarnos de los sobrado crédulos ó coligarnos con ellos? Titanes de roblizo corazón: ¿qué hemos de hacer? decidme.


Antes, qué vientos os traen contad. Tú, cuya vida se desliza junto al lecho de oro del astro diurno, ¿por qué, dime, dejaste los campos de florida yerba, que á marchitar no bastara el hálito de todos los dioses? —


— Tuve un hijo, — responde,— cual palmera
do el colibrí se mece en primavera;
un día rebelóse contra mí:
y, aunque apuesto, y gentil, y joven era,
yo la muerte le dí.