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DE SÓFOCLES

faena. En tal estado permanecimos hasta el momento en que el disco brillante del Sol llegaba al promedio de su carrera, despidiendo fuego abrasador. Súbitamente un furioso huracán levanta en remolino una polvareda que llegaba hasta las nubes, é invadiendo la llanura, arrancaba las hojas á los árboles, extendiéndose la tormenta por el anchuroso Cielo. Nosotros, con los ojos cerrados, soportábamos aquel divino castigo. Pasado el temporal, al cabo de largas horas, percibimos á esa joven, dando gritos agudos y lamentables, Cual pájaro que no encuentra á su tierna cría en el desierto nido. De tal modo, al mirar al difunto despojado de la tierra que le cubriera, prorrumpía en gemidos y lanzaba imprecaciones contra los autores de tamaño ultraje. Seguidamente coje con sus propias manos árida tierra con la que cubre el cadáver, honrándole hasta tres veces con fúnebres libaciones, que Vierte del fondo de una preciosa copa de bronce. Tan luego como vimos esto, nos arrojamos sobre ella y la prendimos. Y en verdad, ella permaneció impávida. Interrogárnosla sobre sus actos anteriores y por el que acababa de consumar, y nada negó absolutamente: confesión que fué para mí grata y dolorosa á la