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LA APOLOGÍA

II

Habían sido derrotados los atenienses por los thebanos en una de las salidas que hicieron aquéllos, después de la toma de Delion.

Cayó en tierra cubierto de heridas uno de los guerreros atenienses, mancebo de unos veinte años y de gallarda presencia, cuyo caballo había sido muerto en la refriega. Un su compatriota, soldado de atlético y rudo organismo, pero de grave y dulce continente, reconoce al joven guerrero, y colocándoselo sobre las anchas espaldas, le lleva cargado un gran número de estadios, hasta ponerle lejos del dardo de los enemigos.[1] Era Sócrates, que salvaba la vida a su discípulo Jenofonte, al discipulo que agradecido había de legar a la posteridad el retrato inmortal del Maestro. ¿Y quién fué Jenofonte?

Jenofonte, -hijo de Grylos, --conocido en la historia literaria clásica de la Grecia con el sobrenombre de la Musa y de la Abeja ática, fué uno de los más insignes historiadores griegos,


  1. Ol. 89. I; 424 a C.