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DE SÓFOCLES

ha dicho en el momento en que salía para ir á ofrecer mis súplicas á Palas. Abrí las puer. tas de palacio y el rumor de las degracias de mi casa hirió mis oídos; trémula y yerta de espanto, caí desmayada en los brazos de mis siervas. Ahora, decidme lo que se ha contado,* repetídmelo, todo lo escucharé, ya no hay desgracia que me quede por probar en el mundo.

EL MENSAJERO

Yo mismo, cara reina, he sido de ello testigo, y hablaré sin ocultar nada de la verdad; pues ¿de qué serviría el mitigarla, cuando después tendría que descubrirse nuestro engaño? La verdad es siempre nuestro recto camino.— Yo seguía á tu esposo, guiándole hacia la extremidad de la llanura, donde yacía aún despiadadamente entregado á la voracidad de los perros, el cadáver de Polynice. Una vez allí, elevamos nuestras preces á la Trivia Diosa y á Plutón, demandándole que depusiesen su enojo y nos fuesen propicios; rociamos sobre el difunto el agua lustral; reunimos ramas recien cortadas; entregamos á la combustión aquellos restos, y le erigimos una excelsa sepultura con