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¿No habrá de tocarse a ninguna otra persona, con la única excepción de César?
¡Bien pensado, Decio! No creo oportuno que Marco Antonio, tan querido de César, deba sobrevivir a César. Tendríamos en él un intrigante astuto, y no ignoráis que, si pusiera en práctica sus recursos, puede ir tan lejos que nos diera a todos que sentir. En evitación de esto, ¡que Antonio y César caigan juntos!
Nuestra conducta parecería demasiado sangrienta, Cayo Casio, al cortar la cabeza y mutilar después los miembros, como si diéramos la muerte con ira y a ella siguiera el odio, pues Antonio no es mas que un miembro de César. ¡Seamos sacrificadores, Cayo, pero no carniceros! ¡Todos nos sublevamos contra el espíritu de César, y en el espíritu del hombre no hay sangre! ¡Oh, que no pudiésemos inmolar el espíritu de César y no desmembrar a César! Pero, ¡ay!, ¡César tiene por ello que verter su sangre! Ahora bien, dignos amigos, matémosle con valor, pero sin saña. ¡Cortémosle como el manjar que se ofrece a los dioses, no como el cadáver que se ofrece a los perros! Y hagan nuestros corazones lo que los amos hábiles: