mente a su inspiración, como un producto salvaje de la Naturaleza, quedarán defraudados al examinar los ciclos referidos. Julio Cesar, como las restantes obras, supone un trabajo colosal de investigación. Apenas existe frase que no cuadre con la época, se respira el ambiente, las costumbres están sabiamente descritas, y adecuadas las metáforas. Causa asombro de qué manera tan sencilla, tan natural, va introduciendo Shakespeare poco a poco el texto de Plutarco en las escenas, en muchas ocasiones con sus mismos términos. La maravilla es tan grande, que, a no tener ante los ojos las aludidas biografías, no sabríamos si en este momento copiaba o inventaba en el otro.
No hay verdadero héroe en esta tragedia. Aunque se denomina Julio Cesar y la sombra del dictador influye hasta el último instante en el curso de los acontecimientos, igual podría llamarse Marco Antonio o Cayo Casio. Sin embargo, el personaje principal es Marco Bruto.
Shakespeare ha interpretado exactamente la verdad histórica presentando a Bruto como un instrumento en manos de Casio. El célebre poeta, como nuestro gran Quevedo, ha hecho de la figura del severo estoico un noble y alto carácter lleno de las más estimables virtudes romanas.
En cambio, menos fiel a la verdad histórica, pero más lógico y humano, nos muestra al vencedor de Munda, no como padre de su pueblo, sino como un espíritu débil y un ambicioso vulgar. Los rasgos más salientes de su carácter son la su-