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JOYAS DEL TEATRO.

 


ACTO PRIMERO.
Opulento salon en el palacio de Capuleto.—Una ancha ventana ogiva que figura dar á los jardines, situada a la izquierda del actor y en primer término.—Una gran puerta en el fondo por la cual se descubre un vasto salon que precede al lugar donde pasa lo escena.—Otra puerta á la derecha que conduce á los apartamentos de Julieta.—Una puertecita secreta, á la izquierda, en segundo término.—Grandes panoplias, escudos de armas y estandartes cuelgan de las paredes.


ESCENA PRIMERA.
En el instante que sale CAPULETO por la puerta de la derecha, aparece por la del fondo DON ALVAR.
CAPULETO.

Salud, don Alvar!

ALVAR.

Salud, don Alvar! Noble Capuleto,
en este instante de dejar acabo
á Tebaldo…

CAPULETO.

á Tebaldo… Tebaldo! Por él tengo
el corazon, don Alvar, desgarrado.

ALVAR.

Pues qué, vuestro hijo…

CAPULETO.

Pues qué, vuestro hijo… Es un hijo indigno
á quien ciego no obstante yo idolatro:
el honor de las bellas de Verona
aleve mancha sin piedad é incauto,
al pasarlo, risueño y descreido,
por el tamiz impuro de sus labios;
y mi nombre, don Alvar, ese nombre,
de mis abuelos patrimonio santo,
va en torpes bacanales y en orjías
sembrando cada dia los pedazos.
Mas… dejemos, si os place, tal asunto.

ALVAR.

Y Julieta dó está?… siempre llorando?

CAPULETO.

Llorando? no, si alguna vez asoma
á sus ojos purísimos el llanto,
es que recuerda esos hermosos dias
que con mi hermana en Génova ha pasado.
Niña feliz, cual leve mariposa
que recorre las flores de los prados,
de festejo en festejo y baile en baile
una vida pasó llena de encantos.
Qué estraño, pues, que al verse ahora en Verona
retirada en el fondo de un palacio,
cuyas sonoras bóvedas repiten
el eco frágil de sus leves pasos,
ambicione volar á los placeres
que dulces y risueños la arrullaron?

ALVAR.

Concededme, señor, como os la pido,
de esa niña feliz la ansiada mano,
y en mansion de placeres y de fiestas
trocado encontrareis este palacio.
Yo haré que la tristeza y la amargura
que hoy imprime en su frente sello amargo,
en espansion de júbilo se trueque,
amorosa meciendose en mis brazos.

CAPULETO.

Nadie, don Alvar, mas que vos es digno
de uniros á mi Julia en sacro lazo,
mas antes, el honor de mi buen nombre
me obliga la verdad á relataros.
Uniendo vuestra sangre con la mia
correis peligro y eminente daño;
sabedlo, el himeneo en todas partes
el reposo conduce y al descanso,
mas aquí dan por dote la venganza
nuestras hermosas de rosados labios.
Un rico Capuleto hace dos siglos…
dos siglos, sí, dos siglos han pasado…
su frente vió teñida con la infamia;
robó a su esposa un seductor bastardo.
Vos conoceis nuestros celosos usos,
vos sabeis el honor cuanto le es caro
al alma de los nobles Capuletos…
Montecho lo aprendió…—Fué en vano,
que su crímen y víctima ocultara
en oscuro rincon de su palacio…
con su muerte pagó su atroz delito:
su muerte fué vengada sim embargo,
y desde entonces en entrambas razas
el odio ya se ha hecho hereditario.
Verona entera nuestras tristes luchas
con espanto y dolor ha contemplado,
viendo regar mas de una vez sus calles