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JULIETA Y ROMEO.
 

útima grada y descansando su frente en la tumba.)


Déjadle reposar; vuestras plegarias
aumentan de su espíritu la lucha,
y el eco de los fúnebres cantares
hiere su corazon, su mente turba.
Retirémonos pues, y él solitario
en la mansion tranquila de las tumbas,
llore el golpe fatal que á su existencia
dirijió destructora la fortuna.

(Todos se retiran dejando uno de los servidores su hacha encendida clavada en un garfio de hierro de la pared. Talerm es el único que se queda, cruzado de brazos y mirando fijamente á Capuleto que permanece en la mayor inmovilidad.)






ESCENA II.
CAPULETO, TALERM.
TALERM.

Capuleto!

CAPULETO.

Capuleto! Quién es?… que se me quiere?
ya es la voz que hiere mis oidos?
quién hasta aquí llegó? quién á buscarme
a mansion de los sepulcros vino?

TALERM.

Soy yo.

CAPULETO (bajando las gradas y reconociéndole.)

Soy yo. Talerm!—Partid, partid al punto,
no sabeis que de Dios estoy maldito?

TALERM.

Fué siempre a los que sufren, mi presencia
un bienhechor y saludable alivio.
Si ayer cuando yo vine á vuestra casa,
hubierais mis ofertas atendido,
si esposa de Romeo vuestra hija
con su enlaze feliz, de Dios bendito.
de vuestros bandos apagado hubiese
el infame rencor, el odio impío,
hoy no llorarais, padre desgraciado,
en su postrero y en su eterno asilo.
Mas quién sabe!… tal vez… Dios en sus obras
es grande, es poderoso, es infinito,
es solo un grano en su reló de arena
la eternidad inmensa de los siglos.
En Dios confiad, que Dios todo lo puede.

CAPULETO.

Vuestras palabras abren un camino
á una vaga esperanza…

TALERM.

á una vaga esperanza… Atento oidme.
Si la voz del Señor eterno y pio
por un misterio impenetrable y santo,—
misterios al mortal desconocidos,—
le dijera á Julieta cual á Lázaro:
«del sepulcro levántate! lo exijo!»
y asombrado, confuso, delirante,
cual presa de un insomnio peregrino,
la vierais levantarse y dirijirse
hácia vos, y á su acento compasivo
cual vibracion perdida de una lira
oyerais murmurar: «Oh, padre mio!
«ya el sufrimiento destrozó mis fuerzas,
«tanto es, padre y señor, lo que he sufrido!»
decid, perdonariais á la hija
que sufriendo vivió cruento martirio?

CAPULETO.

De todo corazon la perdonara,
la estrecharia entre los brazos mios,
y besando sus ojos apagados,
y besando sus labios purpurinos,
por ella moriria una y mil veces
si de Dios fueran tales los designios.

TALERM.

Y si oyerais decirle á vuestra Julia:
«padre y señor, le adoro con delirio,
«es mi esposo Romeo, y á mi vida
«los sacrosantos cielos le han unido?…»

CAPULETO.

«A ese enlace renuncia, mi Julieta,—
la diria, Talerm,—estaba escrito
«que mi raza á la raza de Montecho
«odiara por los siglos de los siglos…
«Si has de amar á un Montecho que te infama
«torna á la paz de tu sepulcro frio;
«muerta te quiero ver antes que esposa!»

TALERM.
(Avanzándose, subiendo las gradas que conducen al sepulcro y quedando en pié junto á él.)

Mira esta tumba. Tu rencor inícuo
debiera aquí cesar. Pues qué, no basta.
no basta ya tan grande sacrificio?
Vuestros bandos rivales y perjuros
no te han robado ya todos tus hijos?
El sepulcro apacigua los rencores…
junto al sepulcro estamos!

CAPULETO.

junto al sepulcro estamos! Lo repito.
Si Dios le diera vida á mi Julieta,
yo anulara su enlace maldecido,
que el odio que profeso á los Montechos
hasta el sepulcro vivirá conmigo.

(Talerm toma un sudario que está arrollado junto a los pies de Julieta y lo levanta sobre esta.)