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su disidencia y de su apartamiento del futurismo. Papini había buscado en el futurismo una posición de combate contra todas las escuelas y todas las cepillas literarias y artísticas. Pero el futurismo, que había agredido las viejas formas había intentado, sincrónicamente, reemplazarlas con otras formas rígidas y sectarias. Los futuristas habían derribado un ícono para sustituirlo con otro. Por esto la adhesión de Papini al futurismo se enfrió y consumió, poco a poco. Papini había ingresado al futurismo en busca de aire libre. Y se había encontrado dentro de una nueva academia con su preceptiva, su liturgia y su burocracia. Una academia, estruendosa, combativa, traviesa. Pero siempre una academia.

El paso de Papini por el futurismo coincidió con el período más brillante y sazonado de su literatura. Papini desconcertaba a las gentes de entonces. Su figura agresiva y pintoresca, plena de originalidad y de ímpetu, era una figura excepcional en aquellos beatos días de quietud burguesa. Sus libros seducían a los públicos de Europa como un tapiz persa, como una melodía moscovita.

Papini escribia páginas al mismo tiempo epatantes y profundas, atrabiliarias y sustanciosas. En el prólogo de su Crepúsculo de los Filósofos declaraba: "Este no es un libro de buena fé. Es un libro de pasión y, por tanto, de injusticia. Un libro desigual, parcial, sin escrúpulos, violento, contradictorio, insolente, como todos los libros de aquellos que aman y odian y no se avergüenzan de sus amores ni de sus odios". Y luego llamaba a Kant "un burgués honesto y ordenado". De Hegel, "el hombre de la antítesis, de la contradicción, el homoduplex" decía que "como los gatos veía mejor en las tinieblas". Definía a Schopenhauer como "un gentilhombre anglófilo, un poco ancien regime, con un aire de médico materialista, maligno y libertino, desilusionado y misántropo"; y su filosofía, como "la filosofía de la vejez desconfiada, perezoza y regañona, la obra maestra del senilismo". Clasificaba a Auguste Comte, "sentimental, autoritario, pontifical y profético", como "el Santo Tomás y el San Ignacio de Loyola del nuevo catolicismo científico", y se burlaba ácidamente de sus gestos sacerdotales. Presentaba la filosofía spenceriana como "la obra paciente y minuciosa de un mecánico desocupado". Y declaraba a Nietzche "un encantador cuentista de