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dulces y más deleitosas eran, cuanda las escuchaba yo después de haberme todo el dia ejercitado en el juego con mis compañeros de edad. Ah, se sentía entonces que eran ellas las que hacen crecer al alma y la confortan. Seguid, seguid hiriendo suavemente el ambiente, melodiosos sonidos, Es tan bello el oiros; mas ya el sueño cautivo me tiene. (Se duerme. Aparece Tegualda con un arpa).

ESCENA XI.
Tulcomara. Tegualda.

Tegualda. Está durmiendo. Hueñuyún, gracias a tí; el arpa ha tenido el efecto que, según me decías, yo encontraría en él. Veamos pues, si las demás virtudes de ella me sirven también tan bien como lo anhelo. (Se sienta al lado de Tulcomara). Es imposible. Este semblante tranquilo y afable no puede encubrir engaño ni insidia. No, no puede ser. Pero una vez aquí con este instrumento investigador, seguiré también probando la bondad de éste y á un mismo tiempo manifestaré la bondad de Tulcomara. (Toca algunos acordes y deja el arpa en el suelo). Ahora duerme bien, pero su mente está inclinada á responder sincera é ingenuamente á todas mis preguntas.

Tulcomara. (Soñando). No cese tu canto, mi tierna avecilla. Ven, en esta rama reposa, y penetre mi pecho toda la alegría que tú con tu canoro lenguaje exteriorizar pudieres.

Tegualda. No es ave la que acabas de oir.

Tulcomara. Y si ave no es ¿á quién debo el goce que mis oídos acaban de percibir?

Tegualda. A mí.

Tulcomara. ¿Quién eres tú, que tan bellamente los oídos deleitar sabes?

Tegualda. Soy una doncella de Lauquén que te ama, y quizá no es amada por tí.

Tulcomara. Amo yo también á una doncella, pero sé que mi amor es correspondido.

Tegualda. ¿Y quién es esa bienaventurada?

Tulcomara. Es Tegualda bella, la donosa hija del ulmén.

Tegualda. Pero además de Tegualda, dicen, otra doncella ha sabido atraerse tu amor.

Tulcomara. Es vana presunción ésa; es Tegualda, mi esposa, el único objeto de mi amor.

Tegualda. Pues entonces sigue durmiendo y consiente que aquí