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Tegualda. (Aparte). Es, oh excelsa Hueñuyún, magua tu bondad. La prueba me la das nuevamente en esa lanza. Gracias mi divina protectora.—(A Tulcomara) ¿Mas la presa, do la dejas?

Tulcomara. En el mismo sitio, donde dió en tierra. Aquéllos quienes por él daño tuvieron, se desquitarán con la piel del pagui por lo que con él perdieron. Pero más que el león sin vida, me interesa la prodigiosa vida de este dardo. De él, mi hermosa...; mas no sé como llamarte. Tu nombre díme primero.

Tegualda. Es Malguenhuenu el nombre que me dieron.

Tulcomara. Malguenhuenu, es decir niña del cielo. Bien te cuadra ese nombre. Tú, Malguenhuenu, eres el domador de la fiereza que en ese león agonizante se enseñoreaba. Que se dirija pues a tí la gratitud de los pobladores de estas comarcas. Ojalá, oh bella Malguenhuenu, ojalá que pudieras domar también la fiereza que en mi corazón cebándose está.

Tegualda. Devuélveme la lanza, que mucho ya me he retardado aquí.

Tulcomara. No te vayas, bella Malguenhuenu. Quédate, iremos juntos. Yo también voy á llevar una ofrenda al ulmén.

Tegualda. No veo nada en tus manos que servir pudiera para ese efecto.

Tulcomara. La piel de la sanguinaria víctima de este dardo será mi donación.

Tegualda. Con la cual debieran de desquitarse los recién perjudicados.

Tulcomara. Haré después, que ellos se reintegren de otro modo. Vamos, Niña del Cielo, ayúdame desollar ese cadáver, y apresurémonos para presentarnos ante el ulmén, tú con el dardo, yo con la piel del pagui.

Tegualda. ¡Qué horror! ¿Que yo ayude á desollar un cadáver? ¿Qué inhumana pretensión! Voime, ó en otro caso á mala hora vuelvo á mi casa.

Tulcomara. Ya que tanto esperaste, bien puedes aguardar unos breves momentos más. Iremos juntos, si es que tú, la hermosamente ataviada, no desprecies verme á tu lado.

Tegualda. No por no irme contigo, me ves ansiosa de irme de aquí.

Tulcomara. Oye! una buena idea me ha venido á la mente. Vamos juntos á la ciudad y presentémonos ante el ulmén cual si tú fueras esposa mia.