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mente que me induce á depositar esta arma en manos del ulmén, para que mantenga lejos de aquí al forastero que á Arauco, á Chile pretenda subyugar. Y te aseguro que serán muchos los enemigos que esta lanza hará pasar á otra vida, antes que ellos señores de Lauquén nombrarse pudieren.

Tulcomara. Así lo eomprendo. Mas tú también entenderás, que no podrá causar daño á esa lanza, si me la prestas un solo momento para dar caza á un león que aquí cerca acaba de cebarse en la sangre de una inocente ovejilla, que con cariño criaba un labriego no muy lejos de aquí. ¿Oyes crujir las ramas? ¡Esecuha! El es. (Un pagui con una oveja en la boca atraviesa el escenario). El es. Presta la lanza, niña. Así me favoreces tí, y yo también te favorezco, investigando, si es efectiva la virtud que á esta arma atribuyes. Pásamela. (Toma la lanza y desaparece á toda prisa).

ESCENA V.
Tegualda.

No me ha reconocido. Mi vestidura le embeleca. Mi voz por dicha seguirá haciendo igual efecto. ¡Oh! cuán feliz me sentiría, si me fuera posible llevar á buen fin esta trama por Hueñuyún inventada. Este velo, de simple musgo hecho, en algo me está incomodando. (Se lo saca). Es demasiado áspero su rozamiento para el semblante mío.—¡Ay! que vuelve ya! Presto, mi velo, á tu primitivo sitio, y, cobijado por tí, valerosamente me lanzo otra vez á los brazos de la ventura, para que la victoria me sea segura.

ESCENA VI
Tegualda. Tulcomara.

Tegualda. ¿Tan pronto de vuelta? ¿Era bastante veloz tu presa anhelada, para que de tu vista sustraerse pudo á tiempo?

Tulcomara. No quisiera devolvértela, esta arma. Con solo poseerla yo me tendría por semidios. Apenas había dado unos cuantas pasos, ví á lo lejos huir al temible carnívoro. Lancé el dardo y bañado en su propia sangre veo al pagui, y al mismo tiempo siento y contemplo, absortos los sentidos, otra vez la portentosa arma en mis manos.