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soy. ¡Reconóceme! (Lanza de sí el difraz y está de diosa. La punta de la lanza alumbra el escenario).

Tulcomara. ¡Diosa tú! (Con ironia y riéndose). ¿Y tanto escarnio tienes para los dioses de Arauco? He oído nombrar á pueblos de cuyos dioses es primordial pasatiempo un vil concubinato; mas no son esos dioses araucanos. Mala consejera te fué la calentura que en tus venas se ha enseñoreado

Hueñuyún. ¿Dudas acaso de que soy diosa yo? Reconoce pues las potencias que á mis órdenes están. (Alarga el brazo. Relámpagos y truenos).

Tulcomara. (Con sarcasmo). Es bello el espectáculo de transformaciones que me deparas. Siento solamente que no haya más espectadores para presenciarlo, que bien lo merecen tus artificios. (Con ironía). ¿Y no sabes más experimentos que á la vista deleitan? Harto los necesito, para que yo entre á los lazos que tú bella cazadora, dispusiste.

Hueñuyún. Puedo presentarte cuantos quieras. Elige tú.

Tulcomara. Siempre he oído decantar la beldad de Hueñuyún. Prevén tus aparatos misteriosos por manera que yo á ella en toda su majestad y pompa pueda contemplar, y te tendré en mucho.

Hueñuyún. Pides mueho. Mas sea tu voluntad. Hazte á un lado. (Relámpagos y truenos. Tulcomara cae al suelo como aturdido. Canto tenue é ininteligible entre bastidores con acompañamiento de música. Detrás de un telón de gasa se ve en a aposento profusamente engalanado á Domuche rodeada de deidades femeninas).—Tulcomara, levántate. A diosas querías ver. Ahí las tienes.

Tulcomara. (Después de largo rato de muda contemplación). ¿Es alucinación de mi cerebro, trastornado á fuerza de artificios misteriosos, lo que percibo? ¿O es aquello de algún hechizo el portentoso efecto?—¡Preciosa vista!—¡Oh! quien arrobado por tales encantos dulces y armoniosos, una eternidad pudiera contemplar tal cuadro de felicidad, deleitosa conglomeración de beldades.—(A pausas). Las reconozco todas, una por una, todas las pasiones y virtudes del hombre, que ahí representadas están; las buenas y las malas.—En buena armonía veo aquí la satisfacción y la envidia, la cobardía y el valor, la venganza y el perdón, la ingratitud y el agradecimiento, pero todas hermosas, todas llenas de gracias, todas ávidas de enseñorearse en el pecho de nosotros los pobres mortales. Y en medio de todas, en áureo trono, de niños, que mariposas semejan, circundada y rebo-