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amor patrio un araucano, cano ya, cebó en mí, narrándome las proezas de los héroes que antes que él en Arauco vivieron, é instruyéndome en las canciones de la juventud. Entusiasmado abandoné la ruca de mis padres y fuime, en amor patrio abundando, á ver con mi propia vista los campos y pueblos celebrados por mi instructor. Atravesé campiñas feraces, de sembrados llenos, rios caudalosos, espesas montañas y serranías de perenne verdor revestidas, y llegué al fin á las orillas del Aconcagua, cuya arena de oro cuajada tan apetecida es de los hijos del inca, que toda esa comarca por ellos «la flor y nata de la tierra» fué nombrada. Hallé mucho alli que admirar, pero no encontré lo que buscaba. No era lo patrio lo que allí se veneraba, nó; costumbres extranjeras habian adquirido los que allí moraban, á otro Dios que al nuestro sus plegarias dirigian, y no gobernándose ellos mismos, cual siervos hacíanse gobernar por el inca, el austero monarca del Perú. Alejéme pues de ahí y me volví al sur, á ese sacro punto á orillas del Maule, do el valiente araucano por vez primera dió prueba del valor de sus brazos al forastero que pretendía subyugarlo con tanta facilidad, como ya se había subyugado al norte de nuestra patria común, de nuestro Chile. De allí me dirigí á estos distritos australes para conocerlos, y me encaminé primero á esta magna ciudad que llaman la encantada. Es eso todo lo que de mí contarte puedo.

Mareg. Y basta eso. Mas escúchame ahora tú también con atención.—Lo que aquel astuto monarca que tu mencionaste, no pudo obtener con el filo de sus armas, él sabrá alcanzarlo con medios ocultos, á los cuales el araucano no pondrá desde un principio la necesaria atención. Llegaránles á nuestros hermanos boreales primeramente objetos de arte primorosos que excitarán la curiosidad de los nuestros y harán nacer en ellos necesidades imaginarias que sólo la posesión de esos objetos podrá satisfacer. Con todo eso nacerá en nuestros hermanos el deseo de ver ese país, de donde esos pulcros trastos y dijes artificiosos han venido. Y para facilitar el satisfacer esos deseos, el inca les trocará los terrenos que en Chile poseyeren, por otros en el Perú, de modo que irán chilenos al lejano norte á perderse en el grande océano que es la tupida población del reino de los hijos del sol, y á trueque vendrán muchos extranjeros á establecerse en Arauco, desterrando paulatinamente á los que aquí aun permanecieron, ó haciéndoles adoptar las costumbres de los súbditos incariales. De otro Dios les contarán, que es el