darle la ilusión de un suelo semejante al de que acabo de privarlo. El bocal recibe sobre esta capa a la madre y su hogaza.
Inútil decir que durante el día, aunque la luz sea moderada, el insecto, aturdido, no emprenderá trabajo alguno. Necesita obscuridad completa, lo que obtengo mediante un manguito de cartón que envuelve el bocal. Levantando un poco con precaución este manguito, en todo momento en que se me ocurra, puedo sorprender al cautivo en su trabajo, y aun seguirle algún tiempo en sus operaciones, a la moderada luz de mi gabinete. Como se ve, el método es mucho más sencillo que el que usé cuando quise ver al escarabajo sagrado en sus funciones de modelador de peras. El carácter más bondadoso del Copris se presta a esta simplificación, que no hubiera dado buen resultado con el otro. De esta manera tengo dispuestos en mi laboratorio una docena de estos aparatos de eclipses. El que viera esta serie la tomaría por un surtido de géneros coloniales encerrados en sacos de papel de estraza.
Para la obscuridad empleo tiestos llenos de arena fresca y apelmazada. La madre y su pastel ocupan la parte inferior, dispuesta en forma de nicho, por medio de una pantalla de cartón que hace bóveda y soporta la arena de encima. O bien pongo sencillamente a la madre en la superficie de la arena con provisiones. Ella se abre una madriguera, almacena, se hace el nicho y todo ocurre como de costumbre. En todo caso, una lámina de cristal por cobertera me responde de los cautivos. Cuento con estos diversos aparatos tenebrosos para informarme de un punto delicado, que expondré más adelante.
¿Qué nos enseñan los bocales envueltos por