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LA VIDA

obra magistral; por lo menos, encuentro frecuentemente la pareja en las cuevas destinadas a la postura. La amplia y lujosa habitación ha sido sin duda la sala de bodas; el matrimonio se ha consumado bajo la bóveda grande en cuya edificación tomó parte el enamorado; valiente manera de declarar su amor. También sospecho que el cónyuge presta ayuda a su compañera en la recolección y almacenamiento. Por lo que se ve, también él, que es fuerte, coge brazadas y las baja a la cripta. Con dos marcha más de prisa el minucioso trabajo. Pero en cuanto el almacén está bien provisto se retira discretamente, sube a la superficie y va a establecerse en otra parte, dejando a la madre en sus delicadas funciones. Su cometido ha terminado en la mansión de la familia.

Ahora bien; ¿qué se encuentra en esa vivienda adonde hemos visto bajar tan numerosas y tan modestas cargas de víveres? ¿Confuso montón de pedazos dispersos? Todo lo contrario. Siempre encuentro una pieza única, un pan enorme, que llena la habitación, menos un estrecho pasillo alrededor, justamente lo bastante para la circulación de la madre.

Esta suntuosa pieza, verdadero pastel de reyes, no tiene forma fija. Unas son ovoides, parecidas al huevo de pava en la configuración y en el volumen; otras, elipsoides aplastados, semejantes a la vulgar cebolla; algunas, casi redondas, que hacen pensar en los quesos de bola, y aun las hay que, siendo circulares e hinchadas en la cara superior, imitan los panes del campesino provenzal, o mejor, la fougasso a l'iôu con que se celebran las fiestas de Pascuas. En todos los casos la superficie es lisa y regularmente curva.

No es posible equivocarse: la madre ha reunido