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DE LOS INSECTOS

un poco separadas, pero muy cerquita. El tímido animalito se va tranquilizando poco a poco, se hace al aire, se aveza a mi presencia, la cual procuro que sea lo más discreta posible. Las brazadas introducidas se repiten, pues, indefinidamente. Siempre son pedazos informes, migajas como las que podrían desprender las ramas de unas pinzas pequeñitas.

Suficientemente informado de la manera que tiene de almacenar, dejo al insecto en su trabajo, que continúa durante la mayor parte de la noche. Los días siguientes, nada: el Copris no sale ya. En una sola sesión de noche ha almacenado tesoro suficiente. Esperemos algún tiempo; dejemos al insecto tiempo bastante para que ordene la cosecha a su manera. Antes de acabar la semana, excavo la jaula; pongo al descubierto la madriguera, cuyo abastecimiento he seguido en parte.

Lo mismo que en el campo, es una sala amplia, de bóveda irregular, rebajada y suelo casi plano. En un rincón se-abre un agujero redondo semejante al orificio del cuello de una botella. Es la puerta de servicio, que da a una galería oblicua que sube a la superficie. Las paredes de la habitación, abierta en terreno fresco, están asentadas con cuidado, y son bastante resistentes para no desmoronarse bajo la conmoción de mis excavaciones. Se ve que, trabajando para el porvenir, el insecto ha desplegado todos sus talentos, todas sus fuerzas de excavador, a fin de hacer duradera su obra. Si el chalet en donde celebra sus banquetes es una cavidad abierta apresuradamente, sin regularidad y de mediana solidez, en cambio, la mansión es una cripta de mayores dimensiones y de arquitectura mucho más cuidada.

Presumo que los dos sexos toman parte en esta