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LA VIDA

El insecto repite para las larvas lo mismo que hizo para sí mismo. En cuanto a la madriguera, señalada por un voluminoso montón, es una gruta espaciosa cavada a unos veinte centímetros de profundidad. En ella reconozco una habitación más amplia y más perfecta que los chalets habitados temporalmente por el Copris en tiempo de festín.

Pero dejemos al insecto trabajando en libertad. Los documentos suministrados por el azar serían incompletos, fragmentarios, de dudosa ligazón. Es preferible el examen en jaula, y el Copris se presta a ello a maravilla. Asistamos primero al almacenamiento.

A los discretos resplandores del crepúsculo, véolo aparecer en el umbral de su guarida. Sube de las profundidades; sale a recoger la cosecha. No tarda en encontrarla; allí están los víveres, ante la puerta, ricamente servidos y renovados por mis cuidados. Tímido y dispuesto a retirarse al menor sobresalto, anda con paso lento, acompasado. La caperuza descorteza y registra; las patas anteriores extraen. Una brazada se desprende, modesta, cayéndose en migajas. El insecto la arrastra a reculones y desaparece bajo tierra. Al cabo de dos minutos escasos reaparece. Siempre prudente, interroga los alrededores con las laminitas extendidas de sus antenas, antes de franquear el umbral de la habitación.

Dos o tres pulgadas de distancia lo separan del montón. Cosa grave es para él aventurarse hasta allí. Hubiera preferido los víveres justamente encima de su puerta y formando techo al domicilio. Así, hubiera evitado las salidas, causa de inquietudes. Pero yo lo he dispuesto de otro modo. Para facilitar la observación he colocado las vituallas