o de muerte. Horus Apolo, eco de los magos de Egipto, había visto bien al hacer intervenir el agua en el nacimiento del insecto sagrado.
Pero dejemos el laberinto antiguo y sus pedazos de verdad; no descuidemos los primeros actos del escarabajo al salir de su concha; asistamos a su aprendizaje de la vida al aire libre. En agosto rompo el cofre en que oigo agitarse al cautivo impotente. Pongo el insecto solo en una jaula, en que los víveres son frescos y abundantes. Es el momento, me decía yo, de restaurarse, después de tan larga abstinencia. Pues no; el principiante no hace caso de los víveres, a pesar de mis invitaciones y mis llamadas hacia el apetitoso montón. Ante todo, ansia los goces de la luz. Trepa por el enrejado metálico, se pone a plena luz, y allí, inmóvil, se embriaga de sol.
¿Qué ocurre en su obtuso cerebro de pelotero durante este primer baño de claridad radiante? Probablemente, nada. Tiene la inconsciente felicidad de la flor que se abre al sol.
Por fin, acude a los víveres, y confecciona una bolita siguiendo todas las reglas. No hay aprendizaje; desde el primer ensayo queda la bolita tan perfecta y regular como después de larga práctica. Abre un agujero para consumir en paz el pan que acaba de amasar. El novicio está versado a fondo en su arte. La experiencia prolongada no añadirá nada a sus talentos.