larva del escarabajo. Y si por ventura hubiese tenido alguna vez ante su vista la cáscara del insecto habitada por un panzudo gusano, jamás hubiera sospechado que aquella inmunda y desgraciada bestezuela era el futuro escarabajo de severa elegancia. Según las ideas de la época—ideas largo tiempo conservadas—, el insecto sagrado no tenía padre ni madre, aberración excusable en medio de la antigua simplicidad, porque en este caso los dos sexos son imposibles de distinguir exteriormente. Nacía de la basura de su bola, y su nacimiento databa de la aparición de la ninfa, la joya de ámbar en que se mostraban perfectamente visibles los rasgos del insecto adulto.
Para toda la antigüedad, el escarabajo empezaba a nacer a la vida en el momento en que podía ser reconocido, no antes; porque entonces vendría el gusano de filiación aun no sospechada. Los veintiocho días durante los cuales se anima la raza del insecto—según el dicho de Horus Apolo—representan, pues, la fase de ninfa. En mis estudios ha sido objeto esta duración de especial atención. Es variable, pero en estrechos límites. Las notas recogidas mencionan treinta y tres días para el período más largo, y veintiuno para el menor. La media, dada por veinte observaciones, es de veintiocho días. Éste número veintiocho, este número de cuatro semanas aparece más veces que los otros. Horas Apolo decía verdad: el insecto verdadero adquiere vida en el intervalo de una lunación.
Transcurridas las cuatro semanas, ya tenemos el escarabajo en su forma final; la forma sí, pero no la coloración, muy extraña cuando se despoja del ropaje de ninfa. Cabeza, patas y tórax son de color rojo sombrío, menos las dentaduras ahuma-