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LA VIDA

Latreille y otros lo cometen a su vez. El único culpable de todo esto es la organización tan excepcional del insecto.

«Pero podría decirse: ¿por qué Horus Apolo no vió la exacta verdad? Quizá el escarabajo de su tiempo tenía los tarsos de que está privado el de hoy. El paciente trabajo de los siglos lo habrá, pues, modificado.»

Para responder a esta objeción transformista espero que me enseñen un escarabajo natural contemporáneo de Horus Apolo. Los hipogeos, que tan religiosamente guardan el gato, el ibis y el cocodrilo, deben de poseer también el insecto sagrado. Yo tan sólo dispongo de algunas figuras que reproducen el escarabajo tal como se encuentra grabado en los monumentos o esculpido en piedra fina como amuleto de las momias. El antiguo artista es notablemente fiel en la ejecución del conjunto; pero su buril, su cincel no se han entretenido en pormenores tan nimios como el de los tarsos.

A pesar de mi pobreza en semejantes documentos, dudo mucho que la escultura y el grabado resuelvan el problema. Y aunque se encontrara una efigie con tarsos anteriores, la cuestión no adelantaría nada. Siempre podría invocarse el error, la distracción, la inclinación a la simetría. La duda, si persiste en algunos espíritus, no puede desvanecerse sino con el antiguo insecto natural, lo aguardo, convencido de antemano de que el escarabajo faraónico no diferirá del nuestro.

A pesar de su enigma, casi siempre impenetrable, con sus alegorías insensatas, no abandonemos todavía al viejo autor egipcio, porque a veces tiene datos de admirable exactitud. ¿Son fortuitos? ¿Son resultado de una observación profunda? Es