lo, único documento que los papiros nos han guardado para la glorificación del insecto sagrado.
«A primera vista, dice, brota la idea de relegar a la categoría de ficción lo que dice Horus Apolo del número de dedos de este escarabajo, que, según él, son treinta. Pero tal cómputo, adecuado a la manera con que él considera el tarso, es perfectamente justo, porque esta parte está compuesta de cinco articulaciones; y si se toma cada una de ellas por un dedo, siendo seis el número de patas, terminada cada una por un tarso de cinco artejos, los escarabajos tienen evidentemente treinta dedos.»
Perdón, ilustre maestro; la suma de los artejos da solamente veinte, porque las dos patas anteriores están desprovistas de tarsos. Se ha dejado usted arrastrar por la ley general. Perdiendo de vista la singular excepción, que ya le era conocida, ha visto usted treinta, dominado un momento por la ley, de afirmación abrumadora. Sí, ya conocía usted la excepción, y tan bien, que la figura del escarabajo que acompaña a su Memoria, figura dibujada teniendo por modelo el insecto, y no el de los monumentos egipcios, es de irreprochable corrección; no tiene tarsos en las patas anteriores. La equivocación es excusable; ¡tan extraña es la excepción!
¿Qué vió Horus Apolo? Al parecer, lo que nosotros vemos hoy. Si la explicación de Latreille es buena, como todo parece indicarlo, si el autor egipcio es el primero que cuenta treinta dedos con arreglo al número de los artejos de los tarsos, es porque hizo su enumeración espiritualmente, fundándose en los datos de la situación general. Cometió un descuido no muy censurable, cuando, algunos miles de años después, maestros como