simples señales de un viaje bastante largo por la superficie del suelo.
Asistir a la confección de la pera no es cosa fácil, porque el tenebroso artista se niega obstinadamente a todo trabajo en cuanto le da la luz. Necesita obscuridad completa para modelar; y yo necesito claridad para verle operar. Imposible asociar las dos condiciones. No obstante, ensayémoslo, sorprendamos por fragmentos la verdad que se esconde en su plenitud. He aquí la disposición adoptada.
Vuelvo a coger el amplio bocal de antes, y en el fondo deposito una capa de tierra de algunos dedos de espesor. Para obtener el taller de paredes transparentes que me es indispensable, sobre la capa terrosa pongo unas trébedes, y sobre este soporte, de un decímetro de altura, asiento una rodaja de abeto del mismo diámetro que el bocal. La cámara de paredes de vidrio, delimitada de esta manera, representará la espaciosa cripta en que trabaja el insecto. La rodaja de abeto está entallada en el borde de una escotadura suficiente para el paso del insecto con su píldora. En fin, sobre la pantalla he puesto una capa de tierra tan alta como lo permite el bocal.
Durante la operación, una parte de la tierra superior se desmorona por la escotadura y baja al departamento inferior por ancho plano inclinado; condición prevista e indispensable para mi propósito. Por medio de esta pendiente, cuando el artista haya encontrado la trampa de comunicación llegará a la habitación transparente que le he preparado. No la alcanzará, bien entendido, más que en tanto esté en perfecta obscuridad. Fabrico, pues, un cilindro de cartón, cerrado por arriba, y con él envuelvo el aparato de cristal.