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LA VIDA

de bola manchada de tierra en toda su extensión superficial. ¿Qué va a hacer el insecto de esta esfera en que la panza de la futura pera se encuentra ya hecha? Obtener la respuesta no presentaría seria dificultad si, limitando mi ambición a los resultados, hiciese el sacrificio de los medios empleados: bastaría—lo que he hecho muchas veces-capturar a la madre en su madriguera con su píldora y transportar todo a mi casa, a mi laboratorio de animalitos, para observar de cerca los acontecimientos.

Un amplio bocal está lleno de tierra tamizada, humedecida y amontonada al punto deseado. En la superficie de este suelo artificial deposito a la madre con su querida píldora, que tiene abrazada. Dispongo el aparato a media luz y espero. El insecto no ha puesto a prueba mucho tiempo mi paciencia. Estimulado por el trabajo de los ovarios, vuelve a emprender la labor interrumpida.

En ciertos casos le veo, siempre en la superficie, destruir la pelota, destriparla, acuchillarla, desparramarla. En manera alguna es esto un acto desesperado, del que encontrándose cautivo y llevado de su extravío, rompe el objeto amado, sino que es acto de sabia higiene. El pedazo cogido apresuradamente entre competidores desenfrenados requiere frecuentemente una visita escrupulosa; y este examen no siempre es posible en los lugares de recolección en medio de ladrones. La píldora puede contener englobados minúsculos Onthophagus y Aphodius, en los que no pudo fijarse durante la fiebre de la adquisición.

Estos intrusos involuntarios, encontrándose muy bien en el seno de la masa, explotarían también la futura pera con gran detrimento del legítimo consumidor. Hay que expurgar la pelota de