resultado final es siempre de lo más admirable. Un día vi desaparecer en el subterráneo una masa informe. Pues al siguiente o al otro que visité el taller encontré al artista enfrente de su obra. Aquella masa sin gracia del principio, aquellos jirones desordenados introducidos a brazadas, se han convertido en pera de perfecta corrección, meticulosamente concluída.
El artístico objeto lleva consigo las señales de su modo de fabricación; la parte que descansa en el suelo de la gruta tiene incrustadas partículas terrosas; todo lo demás está brillantemente pulido. Por efecto de su peso, y también por efecto de la presión cuando el escarabajo la elaboraba, la pera, blanda todavía, está manchada de granos de tierra en la cara en contacto con el suelo del taller; pero el resto, que es la mayor parte, conserva el delicado acabamiento que el insecto ha sabido darle.
Las consecuencias de estos pormenores minuciosamente comprobados saltan a la vista: la pera no es obra de tornero; no se ha obtenido por rodadura en el suelo del espacioso taller, porque en este caso estaría manchada de tierra por todas partes. Además, su cuello prominente excluye este género de fabricación. Ni aun siquiera ha sido vuelta de un lado a otro, pues su cara superior, libre de manchas, lo afirma indefectiblemente. El escarabajo la ha amasado en el mismo sitio en que yace, sin moverla ni darle vuelta; la ha modelado a golpecitos con sus anchas patas, de igual manera que le vimos modelar su bolita al aire libre.
Volvamos ahora al caso habitual, a la libertad del campo. Los materiales vienen ahora de lejos y se han introducido en la madriguera en forma