ceso fácil del aire y del calor. El mejor dotado en este arte delicado es el escarabajo sagrado con su pera.
He indicado antes que este primer amasador de basura empleaba una lógica rival de la nuestra. La prueba de mi afirmación queda expuesta con lo dicho. Hay más todavía. Sometamos el problema a la luz de nuestra ciencia. Un germen está acompañado de una masa de víveres, que la desecación puede dejar inservibles. ¿Qué forma daríamos a la masa alimenticia? ¿Dónde alojaríamos el huevo para que recibiera fácilmente la influencia del aire y del calor?
Se ha contestado ya a la primera pregunta de problema. Sabiendo que la evaporación es proporcional a la extensión de la superficie evaporante, nuestra ciencia dice: los víveres se dispondrán en forma de bola, porque la esfera es la que encierra más materia en menor superficie. Y respecto del huevo, puesto que necesita una capa protectora para evitar todo contacto que pudiera herirle, estará contenido en una vaina cilíndrica de poco espesor y esta vaina se implantará en la esfera.
De esta manera quedan satisfechas las condiciones requeridas; los víveres englobados en la esfera se mantienen frescos; el huevo, protegido por su delgada capa cilíndrica, recibe sin impedimento alguno aire y calor. Con ello hemos obtenido lo estrictamente necesario; pero es muy feo. Lo útil no se ha preocupado de lo bello.
Un artista se apodera de la obra brutal del razonamiento; reemplaza el cilindro por un semielipsoide, de forma mucho más graciosa; adapta este elipsoide a la esfera por medio de una elegante superficie curva, y el conjunto se convierte en