mento del cuello de la pera. Y esta figura redonda no es el resultado de ciegas condiciones mecánicas, que imponen al obrero una configuración inevitable; no es el efecto brutal del rodar por el suelo. Ya hemos visto que con objeto de conseguir un acarreo más cómodo y más rápido, el insecto modela una bola perfecta, sin mover del lugar el botín que ha de consumir en otra parte. En una palabra, hemos reconocido que la forma redonda es anterior a la rodadura.
De igual manera estableceremos en seguida que la pera destinada al gusano está elaborada en el fondo de la madriguera; que no se somete a rodadura alguna, que ni siquiera cambia de lugar. El escarabajo le da la configuración requerida exactamente como podría hacerlo un escultor modelando su barro con la presión del pulgar.
A juzgar por sus herramientas, el insecto sería capaz de obtener otras formas de curvas menos delicadas que su obra en forma de pera. Por ejemplo, podría construir el grosero cilindro, la morcilla que usan los Geotrupes; simplificando el trabajo hasta el extremo, podría dejar el pedazo sin forma determinada, al azar de los hallazgos. Las cosas irían más de prisa y le dejarían más tiempo para gozar las delicias del sol. Pero no; el escarabajo adopta exclusivamente la esfera, tan difícil en su precisión; actúa como si conociese a fondo las leyes de la evaporación y la de la geometría.
Queda por estudiar el cuello de la pera. ¿Cuáles podrán ser su objeto y su utilidad? La respuesta se impone con plena evidencia. El cuello contiene el huevo en la cámara de nacimiento. Sabido es que todo germen, así de la planta como del animal, necesita aire, primordial estimulante de la vida. Para que pueda penetrar el comburen-