que irá a consumir en algún escondrijo bajo la arena.
Si el pan grosero, lleno de pajitas de heno, le basta, para su familia es mucho más delicado. Entonces ha menester masa fina, de rica nutrición y digestión fácil; ha menester del maná del ganado lanar, no el que la oveja, de temperamento seco, disemina tras sí en rosarios de olivas negras, sino el que, elaborado en un intestino menos seco, se moldea en forma de bizcocho de una sola pieza. Esta es la materia preferida, la masa exclusivamente empleada. No es ya el producto pobre y filamentoso del caballo, sino algo untoso, plástico, homogéneo, enteramente impregnado de jugos nutritivos. Por su plasticidad y su finura se presta admirablemente para la obra artística de la pera; por sus cualidades nutritivas, conviene perfectamente con la debilidad de estómago del recién nacido. Bajo un volumen pequeño, el gusano encontrará alimento suficiente.
Así se explica la exigüidad de las peras alimenticias, exigüidad que me hacía dudar del origen de mi hallazgo antes de haber encontrado a la madre en presencia de las provisiones. En aquellas peras tan pequeñas no acertaba a ver el menú de un futuro escarabajo, que es tan glotón y de tamaño respetable.
¿Dónde está el huevo en esta masa alimenticia tan originalmente configurada? Lo primero que se ocurre es colocarlo en el centro de la panza redonda, porque este punto central es el mejor defendido contra las eventualidades del exterior, el mejor dotado de regular temperatura. Además, el gusano, en cuanto nazca, encontrará allí por todas partes profundas capas de alimento y no estará expuesto a las equivocaciones de los pri-