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LA VIDA

boj. La materia no parecía, en verdad, de las más selectas; pero era muy resistente a la presión de los dedos y de curvas muy elegantes. Aun así, no irá a aumentar la colección de juguetes hasta haber obtenido informes más amplios.

¿Será realmente obra del escarabajo? ¿Habrá dentro de la perita un huevo o una larva? El pastor me lo afirma. En otra pera semejante—me dijo—, aplastada por descuido durante la excavación, había un huevo blanco, del tamaño de un grano de trigo. Pero el objeto era tan distinto de la bolita consabida, que no me atreví a creerlo.

Abrir el problemático hallazgo, para informarme de su contenido, sería acaso imprudencia, pues que la fractura podría comprometer la vitalidad del germen incluído, si es que allí estaba el huevo del escarabajo, como el pastor parecía persuadido. Por otra parte, me imaginé que la forma de pera, en contradicción con todas las ideas adquiridas, era probablemente accidental. ¿Quién sabe si la casualidad me reserva en lo porvenir algo semejante? Conviene, pues, conservar la cosa tal como está y esperar los acontecimientos; pero lo que conviene, sobre todo, es ir a informarse al campo.

Al día siguiente ya estaba el pastor muy de mañana en su sitio. Me junté a él en pendientes recientemente desarboladas, donde el sol de verano, capaz de derretir los sesos, no podía darnos lo menos en dos o tres horas. El rebaño pacía, en la frescura matinal, bajo la vigilancia del perro, y nosotros emprendimos de concierto las exploraciones.

Pronto encontramos la madriguera de un escarabajo, reconocible por el reciente montoncito de tierra que la corona. Mi compañero cavó con vi-