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DE LOS INSECTOS

dos, quizá más confiados en su fuerza, van derechos al bulto y saquean brutalmente.

A cada instante se ven escenas del género de ésta. Sale un escarabajo, solito y tranquilo, rodando su bola, propiedad legítima, adquirida con paciente trabajo. De pronto, sin saber de dónde, llega otro volando, se deja caer pesadamente, repliega bajo los élitros sus alas ahumadas, y con el revés de sus brazales dentados derriba al propietario, impotente para detener el golpe por la forma en que está enganchado a la bola. Mientras el ex propietario se agita y vuelve a ponerse sobre sus patas, el otro sube a lo alto de la pelota, posición más ventajosa para repeler al asaltante.

Con los brazales plegados bajo el pecho y dispuesto a la respuesta espera los acontecimientos. El robado da vueltas alrededor de la bola, buscando un punto favorable para intentar el asalto; el ladrón gira en la cúspide de la ciudadela y constantemente le hace cara. Si el primero se levanta para subir, el segundo le suelta un zarpazo y lo tira de espaldas. El sitiado, inexpugnable en lo alto de su fortaleza, frustraría indefinidamente las tentativas de su adversario si éste no cambiase de táctica para volver a entrar en posesión de su hacienda. La zapa entra en juego para arruinar la ciudadela con su guarnición. La bola, sacudida por abajo, vacila y rueda, arrastrando consigo al escarabajo salteador, que trabaja lo indecible para sostenerse encima. Lo consigue, pero no siempre, gracias a una gimnasia precipitada que le permite ganar en altitud lo que la rotación del soporte le hace perder. Si por un falso movimiento llega a poner pie en tierra, las suertes se igualan y la lucha se convierte en pugilato. Ladrón y robado se agarran cuerpo a cuer-