vez en mejores condiciones, porque ha sabido rodear prudentemente una maldita raíz de césped que fué causa de las precedentes volteretas. Otro tirón, y ya estamos; pero despacito, muy despacito, pues la rampa es peligrosa y la menor cosa puede comprometerlo todo. En efecto; una pata resbala en un guijarro liso, y la bola cae rodando junto con el escarabajo pelotero. Pero éste, con infatigable obstinación, vuelve a empezar la subida. Diez veces, veinte veces intentará el infructuoso escalo, hasta que su obstinación haya triunfado de todos los obstáculos, o que, pensándolo mejor, y reconociendo la inutilidad de sus esfuerzos, escoja el camino llano.
El escarabajo no trabaja siempre solo en el acarreo de su preciosa bolita; frecuentemente se asocia con un compañero, o, mejor dicho, el compañero se junta con él. He aquí cómo suele ocurrir la cosa. Preparada la bola, un escarabajo sale de entre la multitud y abandona el taller, empujando a reculones su botín. Un vecino, de los últimos que han llegado, y cuya tarea está apenas bosquejada, deja bruscamente su trabajo y corre hacia la bola que rueda a prestar ayuda al feliz propietario, que parece aceptar benévolamente el socorro. En lo sucesivo, los dos compañeros trabajan en calidad de asociados. Y poniendo todos sus esfuerzos, encaminan la píldora a lugar seguro. ¿Acaso hubo pacto en el taller, convenio tácito de repartirse el pastel? ¿Abría el uno ricos filones para extraer de ellos materiales selectos, a fin de unirlos a las provisiones comunes, mientras el otro amasaba y modelaba la bola? Nunca he sorprendido semejante colaboración; siempre he visto a cada escarabajo pelotero ocupado exclusivamente en sus propios quehaceres en el lu-