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LA VIDA

baja de la salchicha. Pero me equivoqué. El huevo buscado no estaba en el sitio previsto, ni en el otro extremo, ni en ningún punto de las vituallas.

Buscando fuera de los víveres, lo encuentro, al fin, debajo de las provisiones, en la arena misma, enteramente franco de los meticulosos cuidados en que las madres son maestras. Hay allí, no una celda de paredes lisas, como parecería reclamar la delicada epidermis del recién nacido, sino una anfractuosidad rústica, resultado de un simple desprendimiento más que de la industria materna. En esta ruda colchoneta ha de nacer el gusano a poca distancia de los víveres. Para alcanzar la comida tendrá que desmoronar y atravesar un techo de arena de algunos milímetros de espesor.

En cautividad y en aparatos de mi construcción me ha sido posible seguir la confección de esta salchicha.

El padre sale al campo, coge una píldora cuya longitud es superior al diámetro del pozo. La lleva hacia la boca, sea a reculones, arrastrándola con las patas anteriores, sea haciéndola rodar, dándole ligeros golpes con la caperuza. ¿Precipitará la pieza en el abismo de un último empujón, en cuanto llegue al borde del orificio? De ninguna manera, pues tiene proyectos que no son compatibles con una caída brutal.

Entra abrazando con las patas la píldora, procurando introducirla de punta. Cuando llega a cierta distancia del fondo, le basta poner ligeramente oblicua la pieza a fin de que ésta, en razón del exceso de amplitud del eje mayor, encuentre apoyo por las dos puntas contra la pared del canal. De este modo se obtiene una especie de piso provisional, apto para recibir la carga de otras dos o tres píldoras. Este conjunto es el taller en