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LA VIDA

Para sus propias necesidades, el escarabajo es poco exigente; se contenta con una selección poco detenida. La caperuza dentada revienta las boñigas, escarba, elimina y reúne casi al azar. Las patas anteriores concurren poderosamente a la tarea. Son aplastadas, encorvadas en arco de círculo, provistas de fuertes nervios y armadas al exterior de cinco dientes robustos. Si el escarabajo pelotero necesita hacer acto de fuerza, derribar un obstáculo o abrirse camino en lo más espeso de un montón, pone en juego los codos, es decir, despliega a derecha e izquierda sus patas dentadas, y con un golpe vigoroso de rastrillo desmonta un semicírculo. Hecho sitio, las mismas patas ejecutan otro género de trabajo; recogen a brazadas la materia rastrillada por la caperuza y la conducen bajo el vientre del insecto, entre las cuatro patas posteriores, que están formadas para el oficio de tornero. Estas patas, sobre todo las del último par, son largas y delgadas, ligeramente encorvadas en arco y terminadas en una garra muy aguda. Basta verlas para reconocer en ellas un compás esférico que con sus ramas curvas enlaza un cuerpo globuloso a fin de calibrar y corregir su forma. En efecto, el oficio de estas patas es modelar la bola.

Una brazada tras otra, y la materia se va amontonando bajo el vientre, entre las cuatro patas, que, mediante una sencilla presión, le comunican su propia curvatura y le dan una primera forma. Después, y a ratos, desbastada la píldora, se pone en movimiento entre las cuatro ramas del doble compás esférico; gira bajo el vientre del escarabajo pelotero y se perfecciona mediante esta rotación. Si la capa superficial carece de plasticidad y amenaza desconcharse,