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LA VIDA

partes con los datos del léxico. Si, por añadidura, hay vagas analogías que enlacen lo fabuloso y lo histórico, tales nombres y apellidos son por demás felices. Tal es el caso del insecto Minotaurus typhæus Lin.

Se llama así a un coleóptero negro, de talla ventajosa, estrechamente emparentado con los perforadores de tierra, los Geotrupes. Es pacífico, inofensivo; pero está mejor armado que el toro de Minos. Entre nuestros insectos aficionados a panoplias, ninguno lleva armadura tan amenazadora. El macho tiene en el protórax un haz de tres venablos acerados, paralelos y dirigidos hacia delante. Supongámosle de la talla del toro, y es seguro que el propio Teseo, si lo encontrara en el campo, no se atrevería a arrostrar su terrible tridente.

Tifeo el de la fábula tuvo la ambición de saquear la mansión de los dioses, levantando una columna de montañas arrancadas de cuajo; el Tifeo de los naturalistas no sube, sino que baja; perfora el suelo a profundidades enormes. El primero, de un empujón, hace temblar una provincia; el segundo, de un golpe de espinazo, hace temblar su topera, como tiembla el Etna cuando su enterrado se mueve.

Tal es el insecto que nos va a ocupar.

Pero ¿a qué vienen esta historia y estas minuciosas investigaciones? Ya sé que esto no abaratará la pimienta, ni encarecerá los barriles de coles podridas, ni acarreará graves acontecimientos por el estilo, que hacen equipar flotas y ponen en presencia gentes resueltas a exterminarse. El insecto no aspira a tanta gloria. Se limita a mostrarnos la vida en la inagotable variedad de sus manifestaciones; nos ayuda a descifrar un poco el