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El Minotanrus typhæus.

Para designar al insecto objeto de este capítulo la nomenclatura de los sabios asocia dos nombres temibles: el de Minotauro, el toro de Minos, alimentado con carne humana en las criptas del laberinto de Creta, y el de Tifeo, uno de los gigantes, hijo de la Tierra, que intentaron escalar el cielo. A favor del ovillo de hilo que le dió Ariadna, hija de Minos, el ateniense Teseo consiguió llegar hasta el Minotauro, lo mató y salió sano y salvo, habiendo librado para siempre a su patria del horrible tributo destinado a la comida del monstruo. Tifeo, fulminado por el rayo en su amontonamiento de montañas, fué precipitado por las faldas del Etna.

Y allí está todavía. Su jadeo es el humo del volcán. Si tose, expectora corrientes de lava; si cambia de lado para descansar sobre el otro, pone en conmoción a Sicilia, sacudiéndola con un terremoto.

No desagrada encontrar un recuerdo de estos antiguos cuentos en la historia de los animales. Las denominaciones mitológicas, sonoras y eufónicas, respetuosas con el oído, no implican contradicciones con lo real, defecto no siempre evitado por los términos fabricados en todas sus