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DE LOS INSECTOS

por tener el gollete abierto y la panza grabada con elegantes dibujos, improntas de los tarsos del insecto. Cualquiera diría que era una cantimplora defendida por una armadura de mimbres. Suele ser del tamaño de un huevo de gallina, y, a veces, mayor.

Obra muy curiosa y de rara perfección, sobre todo si se compara con la torpe y maciza espalda del obrero. Repitámoslo otra vez más: la herramienta no hace al artista ni en los escarabajos peloteros ni en nosotros. Para guiar al modelador hay algo mejor que las herramientas: hay lo que yo llamaría protuberancia cerebral, el genio del animal.

El Phaneus se ríe de lo difícil. Hace más: se ríe de nuestras clasificaciones. Quien dice escarabajo pelotero, dice ferviente amigo de la basura. Pero él no hace caso de ella ni para su uso ni para el de los suyos. Lo que necesita es el pus de los cadáveres. Bajo las carroñas de las aves, del perro y el gato es donde se le encuentra, en compañía de los enterradores afamados. La calabaza cuyo dibujo acompaña yacía en el suelo bajo los restos de un buho.

Explique quien quiera esta asociación de los apetitos del necróforo con los talentos del escarabajo, que yo, desconcertado por gustos que nadie podría sospechar atendiendo solamente al aspecto del insecto, renuncio a ello.

En mi vecindad conozco un escarabajo pelotero, uno solo, que también explota ruinas cadavéricas. Es el Onthophagus ovatus Lin., huésped frecuente de los topos y conejos muertos. Pero el enterrador enano no desdeña por esto la materia estercorácea, sino que también se recrea en ella como los otros Onthophagus. Es posible que en