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DE LOS INSECTOS

ventud; el adulto no conservará ni la menor huella de ellas.

En cuanto madura la ninfa, los apéndices de la frente, al principio totalmente hialinos, dejan ver, por transparencia, una raya de color pardo rojizo encorvada en arco. Es el verdadero cuerno, que va tomando forma, se endurece y toma color. En cambio, en el apéndice del protórax y en los del vientre persiste el aspecto vítreo. Son bolsas estériles, privadas de germen apto para desarrollarse. El organismo las ha producido en un momento de entusiasmo; pero después, desdeñoso o quizá impotente, deja que la obra inútil se marchite.

Cuando se despoja la ninfa y se desgarra la fina túnica de la forma adulta, estos extraños cuernos se arrugan en guiñapos que caen con el resto de la túnica. Esperando encontrar por lo menos una huella de las cosas desaparecidas, la lente explora en vano las bases antes ocupadas. Nada apreciable se encuentra; lo liso reemplaza a lo saliente, lo nulo sucede a lo real. De la panoplia accesoria que tanto prometía no queda absolutamente nada; todo se ha desvanecido, se ha evaporado, por decirlo así.

El Onthophagus toro no es el único dotado de estos apéndices fugaces, que desaparecen enteramente cuando la ninfa se despoja. Los otros miembros de la tribu poseen otros semejantes en el vientre y en el protórax. Todas estas cornamentas desaparecen por entero en el insecto perfecto.

Puesto que la simple exposición de los hechos no nos satisface, desearíamos entrever el motivo de este lujo de cuernos. ¿Es, por ventura, vaga reminiscencia de usos de otro tiempo, cuando la