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LA VIDA

trenza canastillas con pedazos de hojas; éste se hace albañil, edifica habitaciones de cemento y cúpulas de guitarrillos; aquél monta un taller de cerámica, en que el barro se modela en elegantes ánforas, jarras y panzudas ollas; esotro se dedica al arte de la minería, y abre en el suelo misteriosos hipogeos de tibias humedades. Para la preparación de la vivienda pónense en obra mil y mil artes análogas a las nuestras, y a veces hasta desconocidas por nuestra industria. Después vienen los víveres de las crías futuras: montones de miel, pasteles de polen, conservas de caza sabiamente aletargada. En semejantes trabajos, cuyo exclusivo objeto es el porvenir de la familia, brotan las más altas manifestaciones del instinto, bajo el estimulante de la maternidad.

En el resto de la serie entomológica los cuidados maternales son, en general, muy sumarios. En el mayor número de casos todo se reduce, poco más o menos, a depositar los huevecillos en lugares propicios, en que la larva, a su costa y riesgo, pueda encontrar cobijo y alimento. Con esta rusticidad de crianza está demás el talento. Licurgo desterraba de su república las artes, por motivos de molicie. De igual manera están desterradas las inspiraciones superiores del instinto en los insectos criados a la espartana. Y es tan cierto que la familia es fuente de perfeccionamiento, así para el animal como para nosotros, que cuando la madre se exime de las dulces solicitudes de la cuna, las prerrogativas de la inteligencia, las mejores de todas, se aminoran y se extinguen.

Si el himenóptero, cuidadoso en extremo de su descendencia, nos maravilla, los demás, abandonando la suya a las eventualidades de la for-