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Cuando Gonzalo Benavides llegó a la oficina, ya anticipaba que sus compañeras y compañeros lo felicitarían, no por genuina amistad, sino porque la empresa acostumbraba como política enviar un correo electrónico a todos avisando qué «peones» cumplían años. Además, en su caso, la celebración sería doble. ¡Cuánta importancia! ¡De cumpleaños y jubilado! Por ello, no lo sorprendió que al rato de instalarse en su oficina fuera citado formalmente a la sala de reuniones: Gonzalo ya conocía el protocolo. Al entrar en esta, se encontraría de frente con fingidas sonrisas y con uno de los gerentes generales de la empresa mirándolo gozosamente, un tal Rodrigo Stein, quien rápido lo invitaría a sentarse en su propio lugar, ese destinado solo a la «familia». Luego comenzaría el forzoso y sentido discurso.


—Compañeros, compañeras, quiero que todos le regalemos hoy un aplauso a nuestro querido Gonzalo, quien, con sesenta y cinco años cumplidos se retira a una vida mejor después de… ¿cuántos años? —se interrumpió.


—Treinta y cinco —respondió Benavides.


—… Treinta y cinco años, por eso hoy como empresa hemos querido reconocer su ardua labor regalándole para recuerdo de su familia este galvano de madera que simboliza nuestro respeto por su trabajo y dedicación, y esta ánfora que nos comprometemos a hacer llegar a quien guste —finalizó.


Aplausos complacientes se escucharon dentro de la sala de reuniones, mientras don Rodrigo Stein le entregaba el reconocimiento con extremada pompa.


—Gracias —atinó a decir Gonzalo antes de que el gerente general invitara a todos a disfrutar del mínimo cóctel preparado en honor del jubilado y cumpleañero.


—¡Qué gran jefe! —algunas y algunos murmuraron entre galletitas.